Anoche me acordé de Gloria Fuertes. Por la ventanilla del bus se veían dos lunas, casi superpuestas, rozándose incluso, una más tenue que la otra. Aunque yo me moviera, la distancia entre las lunas no variaba, por lo que no dependían de mi mirada. Realmente, anoche, habían dos lunas en el trayecto de Barcelona a Valencia.
El poema que hace referencia a las lunas dice:
‘‘Mi cuerpo descansaba junto al río,
cuando en el firmamento de tu pecho
temblaban y brillaban cuatro lunas.
La luna sin espejo de la noche
la noche sin misterios por la luna,
entonces me di cuenta, tienes una
espalda tan hermosa como un ciervo.’’
- El corazón, la fruta de mi pecho Gloria Fuertes. [Por cierto, aquí un archivo con una infinidad de poemas suyos.]
Me pasa con Gloria que todos sus poemas me llevan a la sonrisa y a la lágrima más tonta. La boquita se me curva hacia abajo de ternura. ¿Cómo que ‘‘tienes una espalda tan hermosa como un ciervo’’????
Gloria fue la primera poeta que leí cuando me empecé a interesar por la poesía. Recuerdo que cada verso era una bala cargada de tantísimas emociones. Y me obsesioné con ella, como me obsesiono con todo lo que tiene un aire que yo quiero evocar. Y me pego como una lapa para intentar mimetizarme y es absurdo, porque luego mis letras toman otros derroteros y soy la más infiel a mis ambiciones. Pero, volviendo a ella: su sencillez, su honestidad, el amor que se respira en cada verso; la esencia del niño dentro del cuerpo de una persona adulta, cansada y triste; el juego, el compromiso social, el compromiso espiritual. Gloria, tengo un amor para ti que no entiende de muertes e insiste en que te abrace.
Lo mismo me pasa con Julio Cortázar. Cuando leí Rayuela con 16 años, mi concepción de la escritura y de la poesía explotó en mil pedazos y dio paso a un mosaico de infinitas variaciones. Pero más allá de su maestría con el lenguaje, de Cortázar lo que me enamora es él. También, rezuma amor, ternura y honestidad. No sé explicarlo de otra manera que no suene tan naïf y genérico, pero lo que siento por él y por ella es cárnico, no tiene palabras tiene vibraciones.
Ayer también, en la ida, Valencia-Barcelona, iba leyendo Salvo el crepúsculo, una miscelania de Cortázar donde reúne ‘‘meopas y prosemas’’ escritos a lo largo de toda su vida, estructurados de manera aleatoria e intervenidos por una voz metaliteraria de Cortázar en el momento que monta el libro. Eran las 7 de la mañana y yo ya estaba con los ojos encharcados leyendo:
‘‘En tu pelo empiezan a temblar las abejas, tu mano / roza la mía y pone en ella un dulce algodón de humo. Hueles / de nuevo a sur.’’
Pf [emoji corazón roto. Literalmente dibujo corazones rotos a los márgenes de los libros]. Estaría toda la vida subiendo y bajando por este libro, como una hormiguita. Así de pequeña me siento al lado de sus palabras.
Lo que os vengo a decir con todo esto es que las primeras lecturas son traumáticas, en el buen sentido. Son como la herida original. Fueron los primeros en romperte algo, una idea preconcebida sobre la literatura o sobre la vida. Y ya no va a haber nada que vuelva a generar ese impacto. Tu piel ya no es tan lisa, ya no te asusta la sangre, pero en ese momento, en ese primer corte, se te iba la vida. Después, todo se parece un poco a ellos, todos tienen un poco su cara.
Yo quiero ser tan tierna como Julio y como Gloria, ser una giganta blandita, ser un gato entre gatos, y aun así estar bastante triste y amar desmesuradamente. Vivo para escribir bonito y que eso le toque el alma a alguien.
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