Dentro de sí no hay luz ni tranquilidad. Porque la luz y la tranquilidad, como el miedo y lo oscuro, acontecen, no se instalan.
Es muy complaciente pensar que dentro de cada uno se encuentra la paz y que el caos es sólo exógeno. Como si fuéramos seres herméticos. Como si el caos del afuera no penetrase en nos y en el fondo siempre nos salvásemos. Pero no hay de qué salvarse.
Escribo mucho desde esa idea de acudir al sí, al uno, al centro. Me lo imagino como el acto de sentarse en el ombligo y contemplar el mundo desde ahí. Y últimamente pensaba, que el viaje introspectivo no debe terminar necesariamente en un claro. A veces, en vez de sentarnos en el ombligo, lo que necesitamos -o lo único que podemos hacer- es hundir la cabeza en esa cicatriz del primer desgarro y ver negro.
Y mientras escribo estas líneas, me pregunto cómo saltar del ombligo. No sé por qué me ha dado con el ensimismamiento. Creo que es porque necesito un punto de referencia desde donde contemplar el mundo. Y porque confío en que el Uno no es el Yo. Confío en que la voz que escucho y que me ha sido dada es la vía de acceso a la alétheia, a la verdad, a la conciencia.
Y en este viaje del ser, nos topamos con multitud de condiciones ambientales. El Uno no es incondicionalmente claro. Ni ha de serlo. Ni debemos aspirar únicamente a la luz. Ni debemos aspirar, mientras el deseo sea ruido, aunque sea un deseo de calma.