El mundo será como lo imaginemos. Las referencias -reales o ficticias- marcan las rutas de lo posible. Quiero decir, que nuestra experiencia está condicionada por la idea que tenemos de la misma.
Saco este tema a raiz de otro tema que sabéis que me persigue y que me ocupa: el TCA. He cogido peso, notoriamente, es un hecho, y la autoaceptación se hace complicada. Y me resulta súper absurdo, porque pienso en las personas a las que admiro y su cuerpo es lo último en lo que me fijo; las admiro por su creatividad y su corazón. Pienso en personas que me atraen o me han atraído y tampoco voy controlando las medidas de nadie. Contemplo los cuerpos en las escenas cotidianas de la vida y veo diversidad, volúmenes, formas, texturas, vida. ¿Por qué, entonces, me castigo a mí misma si no cumplo con el canon? Si soy plenamente consciente de su insignificancia.
Y me di cuenta de que no sé pensarme gorda y satisfecha con mi cuerpo. Feliz con mi cuerpo y gorda. Orgullosa de mi imagen y gorda. No sé pensarme así porque no tengo esa referencia, porque siempre se nos plantea que una persona fuera del canon debe estar descontenta con su cuerpo y si bien intentando hacer dietas para corregirlo o asumiendo su insatisfacción. Me di cuenta, también, de que cuando pienso en mí en tercera persona, me imagino con un cuerpo mucho más delgado y atlético del que tengo. Soy incapaz siquiera de imaginarme a mí misma con mi cuerpo real, hasta ahí ha llegado la manipulación del canon.
El canon es una máquina para hacernos profundamente infelices y que dependamos de la dopamina que nos produce el sistema de consumo. Es injusto comparar las formas orgánicas con las canónicas porque no están hechas de la misma pasta. Y la primera nunca alcanza la segunda. Y frente a esa decepción, recurrimos al consumo: a la compra de ropa que nos haga sentir, por lo menos, dentro de una estética; a la compra de cosméticos, cremas, tratamientos, inyecciones, botox, implantes, suscripciones a cadenas de gimnasios, infinidad de sumplementos dietéticos; a la exhibición y explotación de los cuerpos en las redes sociales, etc. También nuestra forma de ocio, dependiente del alcohol y tan vinculada a la validación sexual, es una respuesta compulsiva a la falta de autoestima. Intentamos aumentar nuestro capital sexual para compensar la insatisfacción personal. El amor que yo no me puedo dar, que me lo den desde fuera. Confirmadme que sigo siendo válida, apetecible, deseable.
En qué momento nos hemos creído el cuento del canon, cuando la experiencia nos dice que la belleza nos apela de maneras muy diversas y que poco tienen que ver con la forma, sino con el conjunto, con la energía que mana de ese objeto de belleza.
Intento imaginarme gorda y feliz, gorda y satisfecha, gorda y en paz. Intento desvincular el amor propio de la validación externa. Intento sintonizar con la belleza de lo natural, de una puesta de sol, del color de las hojas, del olor a mar; una belleza lenta, reposada, sostenida; una belleza que no dependa de ningún artefacto, sino que habite en mi propia luz, la que sale por mis ojos, por mi boca, por mis manos. No necesitamos más que existir para ser merecedoras de amor.
Esta carta es para mí, para que no se me olvide. Y para vosotras, por si estáis en este camino <3
Qué bonito, que duro y que real! Yo, asomándome a los 40 y todavía viéndome así.