Me gusta los libros que me hacen hablar. No me da miedo mancharlos, rebatirlos o tener lindas conversaciones con ellos. Por eso, leo con un lápiz en la mano y leo muy lento, por si encuentro alguna idea escondida entre líneas.
Mi última lectura está siendo Queda una voz (Herder, 2022) de Anna Pagés. Un ensayo súper fluído que explora las distintas concepciones del logos deslizando su significado entre disciplinas y autores como Sócrates, Aristóteles, Barbara Cassin, Jacques Lacan, Hélène Cixous, Anne Carson, Nietzsche, Plessner, Barthes… Y por lo cerquita que me queda esto de las palabras y del decir, me entran ganas de sumarme a este banquete de voces.
Me gustaría compartiros unas ideas que me han surgido esta mañana mientras leía. He de decir que aún no he terminado el libro y tal vez sería más interesante abordarlo con una perspectiva completa de la obra. Pero este es mi blog y no me voy a justificar más.
En el capítulo 7, Pagés nos habla del recuerdo de su abuelo cantando los lieds de Schubert, en un alemán que le nace de las entrañas, porque él, alemán, no es. Dice ‘‘El abuelo se concentraba articulando por dentro la voz plasmada en la partitura’’. Y esta idea, la de articular por dentro me ha explotado en la cara. Esta es la sensación que encuentro al recitar. A veces me cuesta explicarlo, pero en los talleres lo digo, que hay un motor interno que va cargando las palabras antes de que salgan. En los márgenes del libro, escribo: ‘‘la voz se articula, primero, de manera interna, y la boca se abre en consecuencia. Solo en ese momento debemos hablar, cuando las palabras ya están listas y pican en los labios’’. Esa es la sensación que marca la diferencia entre leer/declamar un poema y vivenciarlo.
Después, más adelante, dice ‘‘Su voz impostada a la hora de los lieder, en el atardecer vitícola, decía mucho más que la letra cantada’’. Ajá!!! Yo continúo: ‘‘la voz invoca la emoción. En el campo de la oratoria, la letra aprovecha la voz y es la voz la portadora, la que carga. La letra se sube a la voz para claverte su espada.’’ Para explicar la movida de la poesía oral, pongo el ejemplo de la música. Hay infinitas canciones con las que disfrutamos y que nos emocionan sin que entendamos la letra -o sin que haya letra-. De hecho, muchas veces escuchamos canciones en nuestro idioma pero no llegamos a descifrar la letra, no tenemos ni idea de lo que está diciendo. Pero hay algo que nos llega. Hay musicalidad, hay ritmo, hay percusión, hay vibración. La voz es un instrumento. El poema funciona como canción. Y es la voz la que, cargada de logos, conecta con las emociones.
Pero tampoco vamos a menospreciar el mensaje o la composición literaria. He pensado en personas que tienen propuestas escénicas muy interesantes pero cuando el texto no funciona… no funciona. Decíamos, la letra cabalga sobre la voz para clavarnos su lanza. Pero esa lanza tiene que estar afilada. Hay letras que, por mucha potencia que tenga la voz, ni se te clavan ni hacen na’. Igual que hay letras maravillosas que, dichas desde la simpatía de un trapo, no provocarían ni un suspiro. Es un tándem, ya lo sabíamos. Pero hay algo en la voz… sigo creyendo que el corazón de la oratoria está en la voz, no en la letra. Y creo que cuando la letra no es buena, mancha también la voz, la entorpece, por eso no puede correr, no puede invocar a la emoción.
Es infinito todo esto. Me gusta que no haya una respuesta correcta. Que no haya manera de probar nada más allá que las propias corazonadas, que diría Berta García Faet. Sentíos libres de compartir vuestros pareceres en este blog. Os leo (a mí me podéis leer también en mi poemario En un lugar limítrofe <3)
Ahora, aquí, no hay voz.
Me imagino la tuya y te sigo, te siento.... porque hay verdad en lo dices, porque tu mensaje me llega aunque no te pueda oír.
Cómo será el regalo completo?