Hace un par de años volví a terapia por una recaída en el TCA. Fui a una psicóloga nueva y una de las primeras cosas que me preguntó fue: ‘‘¿te das placer?’’. Noté las neuronas haciendo conexión: ‘‘no, no me sé masturbar yo sola.’’. Primer diagnóstico: rechazo al placer. Segundo diagnóstico: tendencia autopunitivista.
La relación entre la comida y la sexualidad te da para una tesis. Sólo hay que pensar en la boca: comemos y besamos por el mismo orificio (qué feo hablar de besar orificios). Y aún le podemos sumar una tercera pata, porque por el mismo agujerito nos brotan las palabras. Comida-sexualidad-comunicación. Tocas una y se mueven todas. Pero no vengo a hablar de eso.
Esto de El Rujido se ha convertido más bien en El Quejío o en El Sollozo, porque no hago más que lloraros, pero oye, es que luego me dicen que me ven muy bien por Instagram que me va todo genial y es verdad, va todo genial, pero xiques, yo me siento una miserable y no quiero que penséis que todo son flores porque la realidad es complejísima (no la mía, la de todes). Entonces, para compensar la cara bonita de Instagram, por aquí unas letras lastimeras.
Decía lo del TCA y lo del placer porque me siento incapaz de disfrutar. Y mira que soy gozosa y que tengo el ascendente en Tauro, pero el placer me viene con una doble dosis de malestar. Hace unos días estuve por Galicia, concretamente en Noia, un pueblo precioso cerquita de Finisterre, rodeada de montañas como a mí me gusta, escuchando los pájaros y las gallinas, rodeada de poesía y de gente con un corazón que non lles cabe no peito (Jorge Gallardo, Samu Merino, Sonetos de Sótano… guardaos estos nombres). Y aún así, siendo consciente del privilegio de estar en ese lugar, se imponía la incomodidad de habitar un cuerpo, este cuerpo.
Me pregunto: ¿la gente de normal come con la conciencia tranquila? ¿Cómo no están todes angustiades después de estas patatas bravas? ¿Soy la única a la que el cuerpo le cambia grotescamente si come fritanga? Sé que esa mutación hipertrofiada que observo se llama dismorfia y que no es real y que todos los cuerpos cambian cada día y que el mío no es diferente ni peor por estar a días más o menos hinchado. La teoría, mamadísima. Pero es exasperante no poder disfrutar de una comida con amigues, donde todes nos ponemos las botas, porque yo siento que es el fin de mis días y que más me vale desaparecer y que nadie vea este ser horroroso en el que me he convertido después de comer ensaladilla rusa.
Escribir estas cosas me viene bien, porque me doy cuenta del absurdo de estos pensamientos intrusivos. Fuera coñas, me resulta muy frustrante que en cada momento de placer aparezca ese peso en el estómago que me lleva a desear estar soterrada indefinidamente, hasta que mi cuerpo sea un hilo o hasta que la gente se haya olvidado de mí.
Y ya está, no hay moraleja. Vaya bajona de carta, lo siento. Pero estos días ando lidiando mucho con el TCA. Estoy comiendo, todo bien, pero esa mosca cojonera no me deja en paz. Cuando fui a terapia hace unos años conseguimos frenar la crisis y volver a mi peso normal. Entonces, me dieron el alta. Siempre igual. Ya no estoy en riesgo, estupendo, pero necesito saber de dónde viene este veneno. Por qué, si ya lo tengo identificadísimo, si me sé toda la teoría, si llevo 13 años (más de la mitad de mi vida) entrando y saliendo de este pozo, por qué sigo cayendo una y otra vez. ¿Hasta dónde llegan las raíces de un TCA?