Hoy os escribo desde Serra, con resaca, después de una fiesta de cumpleaños. Tal vez os hable de la culpa. Esta newsletter surgió con la idea de abrirme a vosotres, a las personas que me seguís o que os interesa mi trabajo, para que conozcáis el background de todo, ese rugido que sólo yo escucho. Entre estos rugidos, suena compulsivamente el runrún de la culpa. En mi primera sesión con la psicóloga, me dijo que yo tenía una personalidad autopunitivista y que no me permitía sentir placer. Ya os adelanto que esto no lo he solucionado. No sé de dónde viene. Pienso en la tradición judeocristiana, pero me pilla un poco lejos. La cuestión es que no soy capaz de sentir placer sin que me coma la culpa.
Pienso en el trabajo. Este año decidí que no quería trabajar en nada que no fuese mi propia obra y sigo en ese camino. Es extraño porque no tengo horario de trabajo, mi calendario no se ciñe al calendario laboral y tampoco tengo un producto tangible que testifique mi trabajo. Es casi una cuestión de fe, de realmente convencerme y convenceros de que estoy haciendo algo que vale la pena, lo suficiente como para dedicarle toda mi fuerza de producción. Pero a veces la fe me falla y aparece la culpa. Más que la tradición judeocristiana, igual lo que me pesa (lo que me pasa) es el sistema capitalista.
Después de estos dos meses de tanta agitación, entre el premio, la publicación del libro y recitales varios, diciembre se presenta como un mes bastante parado. Una pausa necesaria también para organizar lo que sigue, pero no puedo evitar sentirme como una impostora. No sé cómo demostrarle al mundo que todo esto tiene sentido. Hoy, por lo menos, no puedo.
Y se me junta la culpa por haber salido de fiesta. No sé si le pasa a más gente, sentirse asquerosa después de disfrutar. Anoche no pasó nada. La fiesta fue preciosa, llena de gente bonita, llena de amor, todo salió redondo, bailé, me reí, nos emocionamos, bebí y también fui la primera en irme a la cama porque tengo muy poco aguante. Y ahora, mientras la gente se despierta lentamente, yo me arrepiento y no sé de qué. No hay nada por lo que debiera sentirme culpable y sin embargo, aquí está, haciéndome una compañía indeseada. Y hoy tampoco me siento con las herramientas para afrontarlo. Tal vez por eso os lo cuento. Tal vez por eso os hablo de la culpa.
En un lugar limítrofe (La Imprenta)
Valencia, nos volvemos a ver este jueves a las 18.30h en La Nau. Estaré haciendo una lectura de mis poemas dentro de la exposición Tantas mujeres en una misma y llevaré algunos libros para venderlos.
Nos vamos viendo, leyendo y escuchando. Gracias por estar aquí
-Elsa
(Lcturas desde la hamaca 1)
Existen diferentes tipos de rugido, los felinos por ejemplo poseen diferentes notas vibratorias que significan cosas, cosas de un lenguaje que poco comprendemos desde nuestro animal humano, sin embargo, el rugido como tú lo planteas obedece bellamente a un lenguaje expresivo artístico que considero importante para dejar correr por el río de nuestra vida lo que sentimos y vivimos a diario.
Soy de una región de este planeta que ha escuchado muchos rugidos, varios cantos y diferentes tonalidades que significan algo cosas de los lenguajes que poco o mucho comprendemos.
Puedo decir, para tocar el tema de la culpa que bien compartes en tu experiencia, que a mí también me ronronean cosas de ésta existencia, sin embargo concidero también que esos ronroneos sentiemocionles nos ayudan, sirven para algo, cada cual significará lo que deba significar, pero una vez expuesto algo radical y sublime empieza a cambiar en nosotros quizás un chispazo de evolución nos impulse cada vez más u así seguir caminando, sanado las heridas y purificando, ese acto moviliza la creatividad y el espíritu dinámico tan propio de nosotros.