El nombre de Minerva procede del latín arcaico Menerva, que significa ‘‘mente, espíritu, razón’’. Minerva es la diosa de la guerra en la mitología romana. Hija de Júpiter, este, después de acostarse con Metis, entra en pánico porque le predicen que sus descendientes le superarán en fuerza y en sabiduría, y para evitarlo devora a su amante, pero esta ya estaba embarazada. Minerva se gesta dentro de su madre dentro de su padre. Un día Júpiter, con un dolor de cabeza insoportable, acude a Vulcano y este le abre el coco con un hacha y surge Minerva toda crecida y armada, lanzando un grito de guerra que hizo temblar a todos los dioses. Pues esa es mi amiga.
Os cuento esta historieta para hablaros, como -casi- siempre, del amor. En esta ocasión no puedo andarme con abstracciones, me tengo que ir concretamente a mi relación con Minerva (Y yo, no me causa rubor decirlo, soy un hombre profundamente enamorado de mi mujer). Nos conocimos hace año y medio, un 5 de noviembre, un mes después de iniciar mi aventura madrileña. Ella, alicantina, también de paso por Madrid, poeta, cantanta y actriz. Nos seguíamos en Insta a raíz de algún encuentro fortuíto por los micros abiertos de Valencia. Vio una storie mía en una jam en Madrid y me dijo ‘‘ey, vivo justo arriba'!’’ y yo ‘‘qué bueno! A la próxima que vaya nos juntamos!’’. Y así fue, el romanticismo del siglo XXI.
El amor fue inmediato. La primera noche que nos conocimos me quedé prendida de esa mujer tan dulce, con esa sonrisa tan hermosa, que no tenía miedo de pasarte el brazo y de acariciarte. A Minerva la envuelve un aura de seguridad. Es un espacio seguro donde ser, donde abandonarse. Creo que por eso se le acerca gente tan peculiar, todo su círculo somos un poco the freak show. Minerva me dio cobijo en esa ciudad tan impersonal. Minerva parecía la única cara en un mar de máscaras.
Nuestros inicios tuvieron un tinte romántico. Queríamos ser un poco novias, pero esa energía se fue desplazando y ninguna nos asustamos, porque el amor seguía creciendo de manera exponencial. No sé si se entiende. Pero digamos que la pretensión romántica se disolvió rápidamente y debajo de ella descubrimos un pozo de amor que era otra cosa, que tampoco era una amistad corriente, era un amor extraordinario.
Nunca he sabido describir lo que tengo con Minerva. A mí me gusta que piensen que somos pareja, la verdad, aunque no lo seamos, porque sé que a ojos monógamos es la única categoría con la que se entiende este amor tan íntimo, que no sea por lazos de sangre.
Minerva y yo compartimos valores a la hora de relacionarnos. Apostamos por el poliamor, por las relaciones libres, la desjerarquización de los vínculos, el amor expansivo, la ternura, el perdón, la compasión. Suena bonito pero el camino es doloroso. Queremos relacionarnos de una manera contraintuitiva a como nos han enseñado desde el sistema monógamo cisheteropatriarcal. Sabemos de qué nos queremos alejar, intuímos a dónde nos queremos acercar, pero lo cierto es que no le ponemos forma, que es un vacío o una sorpresa. Da más miedo o más euforia según la fase del ciclo menstrual.
El poliamor es un dispositivo de refuerzo intermitente, al menos en este periodo de iniciación en el que nos encontramos, porque te das de hostias y tienes hallazgos todo el rato, de un lado al otro. Pero poco a poco este ideal se ha ido encarnando y ya voy teniendo más claro cuál es su forma. En Minerva he visto que esto es posible. Que existe ese amor que antes sólo imaginaba. Existe un amor incondicional, con pasión y con cuidado, con deseo y con vulnerabilidad, con escucha y con espontaneidad.
Todo esto suena super cursi, pero cada conversación con Minerva termina con un ‘‘gracias por estar en mi vida. Te amo’’, porque es muy fuerte la manera en la que nos transformamos. De repente la vida deja de ser de una misma y se convierte en una tarea colectiva. Mis decisiones pasan por mi asamblea de amigas. Ellas me ayudan a diluir el dolor, a sobrepasar la tristeza, a canalizar el enfado, a celebrar las alegrías, a buscar la paz.
Y hablo de Minerva porque es con quien más comparto este marco relacional y porque nuestros conflictos parecen andar en paralelo; vivimos la misma película reflejada en un espejo. Pero este amor profundo e incondicional lo siento por tantas personas que me acompañan: Rosana, Silvia, Ángela, Rose, Sara, Mariana, Julio, Carla, Nahuel, Elba, Antonio, Miguel…
Necesitamos referencias de amores posibles. Hemos mamado muchas historias felices -y no tan felices- de amor romántico. Y yo la primera en consumirlas, también te digo. Pero necesitamos historias reales de otros amores que se sostienen y se acompañan, y pasan por distintos grados y todos se asimilan con cariño. Creo que el amor es posible y que me compensa el dolor. Gracias por estar en mi vida, chicas. Nos amo.
Pienso que te llenas de razonamientos contrapuestos, validando sin validar con la valentía que te da ese refugio de la palabra tras palabra, tu fuerza y tu escudo. Pero es una pirueta, es un trampantojo al surco real que te crece, y crece en lo profundo, donde todo inevitablemente fluye sin cesar, y quieres controlarlo para que no se pierda todo en el inmenso mar, donde nadie sabe bien donde irá a parar. No quieres eso. Quieres no estar sola, y saber adónde vas, que te esperen un poco antes de llegar,..sin que nadie se de cuenta apenas, de que…,de que no se trata de mucho más. Valentía también es simplificar, no dejarse engañar. La decisión de amar conlleva renunciar a todas las estrellas, y aceptar ese pequeño brillo estelar que te toca compartir y disfrutar. Saber que si pierdes dolerá,…y aceptar será de nuevo la clave para volver a brillar. Todo lo demás es el circo de un escenario efímero que poco a poco se apagará, de verdad.
Es así, lo describes tal cual es.